No lo voy a negar, que después de la pandemia nadie fue la misma persona. Estas reflexiones son cuestiones muy personales que hacen referencia a la forma en que gano la vida. Soy docente universitario y ahora mismo siento que he perdido el rumbo.
Antes de la pandemia mi mente funcionaba mejor, muchas ideas, varias alternativas para resolver problemas, probar nuevas metodologías, ganas de comerme el mundo en favor de la educación. Con la pandemia y luego de ella aquella energía desapareció, a veces tengo la sensación de que hago mi trabajo de forma mecánica, siento que las cosas que digo en clase no tienen mayor trascendencia. Hasta he llegado a cuestionarme si educar ahora mismo tiene algún sentido.
Lo que sostiene todavía es mi filosofía particular sobre la educación, aunque ahora mismo no la siento al 100%. Entiendo y estoy seguro de que, para las clases desfavorecidas, de las que provengo yo, la educación es el único acto revolucionario que permitirá cambiar la situación personal y familiar, y detener la reproducción ciertos patrones que asumimos como “normal”. Esta afirmación para mí tiene dos matices; la primera, la educación te permite mirar más allá de las ideas de la cotidianidad y asumir una actividad mucho más crítica y creativa, es decir cuestionas y quieres cambiar la realidad que te ha tocado vivir. Segundo, la educación es la única garantía (aunque no al 100%) de cambiar la dinámica económica de nuestros hogares.
La realidad es compleja y nada está asegurado, y si bien la entrada al mercado laboral no es de la noche a la mañana, el tener un título universitario será un recurso por buscar una mejoría en nuestra realidad. Por ejemplo, si eres abogado, periodistas, arquitecto, etc., en épocas nefastas como ahora se podría trabajar de cualquier cosa, pero una vez que el contexto mejore se puede volver a nuestra profesión. Esta situación sería muy difícil de cambiar para alguien que no haya estudiado nada. Estos pequeños motivos me siguen moviendo en el campo de la educación y seguir en la universidad pública en Ecuador.
Espero que estas sensaciones de aletargamiento y desilusión pronto terminen.
Antes de la pandemia mi mente funcionaba mejor, muchas ideas, varias alternativas para resolver problemas, probar nuevas metodologías, ganas de comerme el mundo en favor de la educación. Con la pandemia y luego de ella aquella energía desapareció, a veces tengo la sensación de que hago mi trabajo de forma mecánica, siento que las cosas que digo en clase no tienen mayor trascendencia. Hasta he llegado a cuestionarme si educar ahora mismo tiene algún sentido.
Lo que sostiene todavía es mi filosofía particular sobre la educación, aunque ahora mismo no la siento al 100%. Entiendo y estoy seguro de que, para las clases desfavorecidas, de las que provengo yo, la educación es el único acto revolucionario que permitirá cambiar la situación personal y familiar, y detener la reproducción ciertos patrones que asumimos como “normal”. Esta afirmación para mí tiene dos matices; la primera, la educación te permite mirar más allá de las ideas de la cotidianidad y asumir una actividad mucho más crítica y creativa, es decir cuestionas y quieres cambiar la realidad que te ha tocado vivir. Segundo, la educación es la única garantía (aunque no al 100%) de cambiar la dinámica económica de nuestros hogares.
La realidad es compleja y nada está asegurado, y si bien la entrada al mercado laboral no es de la noche a la mañana, el tener un título universitario será un recurso por buscar una mejoría en nuestra realidad. Por ejemplo, si eres abogado, periodistas, arquitecto, etc., en épocas nefastas como ahora se podría trabajar de cualquier cosa, pero una vez que el contexto mejore se puede volver a nuestra profesión. Esta situación sería muy difícil de cambiar para alguien que no haya estudiado nada. Estos pequeños motivos me siguen moviendo en el campo de la educación y seguir en la universidad pública en Ecuador.
Espero que estas sensaciones de aletargamiento y desilusión pronto terminen.
Comentarios