En ciertas épocas del año, las empresas realizan convivencias entre sus trabajadores y una de las actividades principales es la preparación de la comida. Estudiar la relación entre el alimento y el ser humano es una tarea de la antropología. Esta rama del saber nos indica que el acto de alimentarnos implica dimensiones biológicas, culturales, económicas y hasta religiosas. Si bien es cierto que la antropología de la alimentación estudia a las culturas de modo amplio, en este escrito se busca extraer algunas enseñanzas para trasladarlas al mundo de las organizaciones.
Mauss ha dicho que la comida es un “hecho social total”. Esto quiere decir que los alimentos que seleccionamos son producto de múltiples factores. No se alimenta del mismo modo un rico que un pobre; la preparación de la carne es muy diferente entre un argentino y un mexicano, y en ciertas fechas no se pueden ingerir algunos alimentos por dictamen de una religión, entre otros ejemplos.
Bajo esta premisa, se podría afirmar que la comida, en la mayoría de los casos, ayuda a la consolidación de relaciones grupales genuinas, espontáneas y, a veces, horizontales entre los diferentes niveles jerárquicos de una organización.
En consecuencia, la importancia de compartir la mesa radica en que genera momentos y espacios para acercarse a los integrantes de un equipo. La comida se convierte en una justificación noble para conocer a la otra persona en un entorno alejado de la rutina laboral, la cual muchas veces nos automatiza en nuestros modos de comunicarnos y comportarnos.
Al compartir la mesa entre los miembros de una organización, se consiguen mayores niveles de solidaridad, cohesión y, sobre todo, de identidad. Esto permite que cada trabajador sienta: “yo pertenezco a esta empresa” y “me gusta formar parte de ella”. Forjar un espíritu de equipo provoca que cada miembro se sienta seguro, integrado y valorado para enfrentar los retos laborales más exigentes.
Por esa razón, es preciso no desaprovechar estos espacios de interacción y convivencia. Si su organización aún no cuenta con ellos, es momento de fomentarlos.
¿Qué otros momentos o espacios sirven para unir a las personas? Comparte tu experiencia.
Bajo esta premisa, se podría afirmar que la comida, en la mayoría de los casos, ayuda a la consolidación de relaciones grupales genuinas, espontáneas y, a veces, horizontales entre los diferentes niveles jerárquicos de una organización.
En consecuencia, la importancia de compartir la mesa radica en que genera momentos y espacios para acercarse a los integrantes de un equipo. La comida se convierte en una justificación noble para conocer a la otra persona en un entorno alejado de la rutina laboral, la cual muchas veces nos automatiza en nuestros modos de comunicarnos y comportarnos.
Al compartir la mesa entre los miembros de una organización, se consiguen mayores niveles de solidaridad, cohesión y, sobre todo, de identidad. Esto permite que cada trabajador sienta: “yo pertenezco a esta empresa” y “me gusta formar parte de ella”. Forjar un espíritu de equipo provoca que cada miembro se sienta seguro, integrado y valorado para enfrentar los retos laborales más exigentes.
Por esa razón, es preciso no desaprovechar estos espacios de interacción y convivencia. Si su organización aún no cuenta con ellos, es momento de fomentarlos.
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